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1. La abuela

Le encantaba ir en coche, y a mi me encantaba llevarla. A veces, ya llegando a donde quiera que fuese que íbamos, me decía; "¿y si seguimos hasta que se nos gasten las ruedas?".   Yo solía mirarla de soslayo mientras conducía, le preguntaba cosas, me embelesaba en su cara angulosa y en sus historias. El tiempo y el viaje se me pasaban volando. Desde su asiento de copiloto ella miraba por la ventana, preguntaba acerca de los paisajes, bromeaba sobre lo de abandonar a viejos en las gasolineras y contaba cosas, muchas cosas, todas las que solía callar el resto del tiempo. Puede ser que fuera en invierno aquel viaje. Puede, si, porque recuerdo que era la primera vez que íbamos en el coche nuevo, los asientos eran calefactables y se alborotó como una cría al notar el calor cuando encendí el suyo. A los cinco minutos, muy típico en ella, se cansó y me pidió que lo apagase porque "se jahogaba". Mi abuela tenía más de setenta años por entonces, pero seguía siendo una ni